El erotismo en el arte
                                                          
 por Elena Bossi

Existe un género dentro del arte definido, 
por su temática, como erótico: literatura erótica, 
pinturas o esculturas eróticas.  En general, 
se suele nombrar como arte erótico aquel que
provoca un placer que involucra al cuerpo. 
Sin embargo,  nos dice George Bataille: 
“La mera actividad sexual es diferente del erotismo; 
la primera se da en la vida animal , y tan sólo 
la vida humana muestra una actividad que determina,
tal vez,un ‘aspecto diabólico’ al cual conviene la 
denominación de erotismo [...] Aquellos que tan
frecuentemente se representaron a sí mismos en estado 
de erección sobre las paredes de una caverna no
se diferenciaban únicamente de los animales a causa del
deseo que de esta manera estaba asociado  -en principio- 
a la esencia de su ser. 
Lo que sabemos de ellos nos permite afirmar que sabían
-cosa que los animales ignoraban-que morirían.”[2] 
Preferimos referirnos aquí al erotismo en un sentido más 
amplio según el cual el arte 
siempre es erótico. Resulta difícil separar el placer en 
“espiritual” y “físico”, y el intento 
de entender el erotismo consiste, en este recorrido, en una
búsqueda relacionada 
con el aspecto estético.  Reflexionar acerca del erotismo 
con el fin de  aproximarnos al 
arte en general.Frente a una obra de arte que emociona y
conmueve profundamente, 
uno siente algo parecido al deseo físico: deseamos poseer de 
algún modo ese cuadro, la música, 
la obra de arte.  Ese deseo proviene de la conciencia de la 
propia muerte y de nuestra 
imposibilidad  de conocer la realidad.
En una novela de Pierre Klossowski, Roberte, esta noche, 
Octave, el marido de Roberte
sufre porque no puede poseer a su mujer por completo.
No puede conocerla desde el 
punto de vista de otros. Si para su sobrino, Roberte es 
“atenta y severa”, él no puede 
actualizar estos aspectos de su mujer. Este hecho la vuelve
siempre misteriosa y así, 
Roberte nunca es poseída del todo y esto lleva a Octave a
la perversión de espiarla 
cuando está con otros hombres para tratar de entrever aquello
que le resulta imposible de conocer.
El deseo, el deseo de "poseer" el "secreto" de una obra de arte
que nos ha conmovido 
profundamente, como la obsesión del marido de Roberta,  
permite establecer un paralelismo: 
podríamos decir que uno realmente se enamora de las obras,
desea contemplarlas desde 
todos los posibles puntos de vista; siente por ellas una nostalgia
premonitoria.  Pronto 
partiremos y el tiempo para conocerla y disfrutarla es breve.
Volvemos cada vez que 
nos es posible a mirar algunos cuadros y lamentamos tener 
que irnos y dejarlos. 
Nos resulta penoso pensar que ya no los tendremos cerca 
como si tuviésemos que
abandonar un amor. Lamentamos el final de un concierto y
tratamos de prolongar su 
recuerdo en la memoria. Sentimos pena cuando una obra de
teatro que disfrutamos 
llega a su fin, o cuando terminamos de leer un libro; y volvemos
a buscar ciertos fragmentos
y a releerlos una y otra vez. Así también nos alegramos al 
reencontrar en algún museo 
una obra amada o cuando alguien nos recuerda un libro o 
una pieza musical. Recorremos 
los libros leídos en nuestra memoria y hablamos
de ellos con lujuria.
Y muchas veces asociamos la emoción estética al orgasmo,
a esa “pequeña muerte”de los franceses.
Hay un fragmento de la Odisea, muy bello, un momento 
conmovedor: en el canto VI: Nausica, impulsada por Atenea,
pide permiso a su padre para ir a 
lavar las ropas. Ella menciona las ropas de los demás, 
pero no los propios vestidos
para su boda pues, según se nos dice, tenía pudor de 
mencionar la boda frente a su padre[3]
Este silencio da otro significado a la aparición 
de Odiseo: 
mencionar el temor de pronunciar las palabras instala
inmediatamente la imagen de lo prohibido. 
Sin este velo de pudor, sin este silencio, el lavado 
de las ropas y la boda próxima carecerían de misterio
y es ese misterio el encargado de hacer surgir el deseo.
En la playa, Odiseo, náufrago, sucio y exhausto, 
ve a Nausica con sus compañeras. 
Primero se detiene a cortar una rama para taparse
el cuerpo[4] (otro velo de pudor). 
Las muchachas huyen al verlo semidesnudo y lleno de sal;
pero Nausica permanece quieta pues Atenea le infunde coraje.
Odiseo necesita ayuda urgentemente; teme 
asustar a Nausica y reflexiona acerca de la mejor manera 
de dirigirse a ella para no atemorizarla. 
Piensa en rogar aferrándose a sus rodillas, pero luego descarta esa 
posibilidad y prefiere hablar desde lejos con palabras dulces
y sabias[5]. La conversación continúa con delicadeza. 
Ambos personajes cuidan extremadamente sus palabras y 
evitan todo roce posible. 
No olvidemos que el tema de la bodaestá presente desde 
el principio y permanece en el aire.  
Cada vez que un personaje evita decir o hacer 
un gesto, recuerda el hecho prohibido y por lo tanto aviva
el deseo.  
Nausicaa y Odiseo esquivan con sus palabras el deseo 
que esas mismas palabras provocan.
Late en sus discursos todo aquello de lo que no se debe hablar.
Sarmiento, en el Facundo, presenta un fragmento que recuerda
el episodio de la Odisea. 
Me refiero a un fragmento del capítulo VIII de la segunda parte.
La escena está precedida por una descripción de Tucumán,
su naturaleza, su ciudad y las “beldades tucumanas”[6]: 
“Daos prisa más bien a imaginaros lo que no digo de la
voluptuosidad y belleza de las mujeres que nacen bajo
un cielo de fuego y que, desfallecidas, van a la 
siesta a reclinarse muellemente bajo la sombra de los mirtos
y laureles, a dormirse embriagadas por las esencias que 
ahogan al que no está habituado a aquella atmósfera.”[7] 
Luego de esta presentación que permanece en el recuerdo del
lector (especialmente por la “voluptuosidad” que afirma
no decir y que sin embargo no hace más que detallar), 
se narra lo siguiente:
“Facundo había ganado una de esas enramadas sombrías, 
acaso para meditar sobre lo que debía hacer con la pobre 
ciudad que había caído como una ardilla bajo la garra del león. 
La pobre ciudad, en tanto estaba preocupada con la realización 
de un proyecto lleno de inocente coquetería.
Una diputación de niñas rebosandojuventud, candor y beldad, 
se dirige hacia el lugar donde Facundo yace reclinado sobre
su poncho.
La más resuelta y entusiasta camina delante, vacila, se detiene;
empújanla las que la siguen; páranse todas 
sobrecogidas de miedo, vuelven las púdicas caras, se alientan 
unas a otras y deteniéndose, avanzando tímidamente y 
empujándose entre sí, llegan al fin
a su presencia. Facundo las recibe con bondad; las hace sentar
en torno suyo, las deja recobrarse, e inquiere al fin 
el objeto de aquella agradable visita. 
Vienen a implorar por la vida de los oficiales del 
ejército que van a ser fusilados.
Los sollozos se escapan de entre la escogida y tímida comitiva,
la sonrisa de la esperanza brilla en algunos semblantes, 
y todas las seducciones delicadas de la mujer son puestas
en requisición para lograr el piadoso fin que se han propuesto. 
Facundo está vivamente interesado, y por entre la espesura
de su barba negra alcanza a discernirse en las facciones
la complacenciay el contento. 
Pero necesita interrogarlas una a una, conocer sus familias, 
la casa donde viven; mil pormenores que parecen 
entretenerlo y agradarle, y que ocupan una hora e tiempo, 
mantienen la expectación y la esperanza; al fin
les dice con la mayor bondad: ‘¿No oyen ustedes esas descargas?’
¡Ya no hay tiempo! ¡Los han fusilado! Un grito de horror sale 
de entre aquel coro de ángeles, que se escapa como una 
bandada de palomas perseguidas por el halcón.”[8] 
La narración está plagada de veladuras desde la misma imagen
de las “enramadas sombrías” que enmarcan de modo 
premonitorio, hasta el detalle de la oscuridad en la que
se encuentra el rostro de Facundo entre sus barbas.
El narrador parece preocupado por probar la inocencia 
y las pías motivaciones del proyecto. 
Expresiones como “inocente coquetería”, “candor”,
“púdicas caras”, “piadoso fin”, “coro de ángeles” 
intentan desviar lo que la escena sugiere: el sacrificio 
de las vírgenes.  Ese intento de desvío produce 
un efecto opuesto: echa por tierra cualquier idea ingenua
que alguien haya podido suponer. 
La vacilación, el miedo, la timidez de la avanzada 
desbaratan lapresunta inocencia de la 
ciudad y de las víctimas ofrecidas. Ellas temen y desean,
avanzan y retroceden al igual que el narrador
que va y viene sugiriendo y luego tratando de borrar
lo que acabade decir. Esa vacilación produce 
el erotismo de la escena que mantiene el suspenso
al igual que Facundo en lo que respecta a sus 
intenciones. Las vírgenes que temerosas y fascinadas 
se acercan al cazador mezclan la gracia
y el terror produciendo una tensión sostenida.
El placer y el dolor, el pecado y la inocencia.  
La tensión del fragmento se sostiene hasta el final, 
con la muerte de los jóvenes.
Nada extraño parece ocurrir entre las niñas y Facundo, 
todo transcurre entre la amabilidad y la sonrisa; 
sin embargo, percibimos que, más allá de la muerte
de los jóvenes que solo conocemos al final,
algo terrible está latente.  La “complacencia”
y el “contento” que podemos ver gracias al zoom 
entre la “espesura” de la barba, la conversación “amena” 
y “agradable” para “entretenerlo” vuelven frívolo cualquier
intento de justificación. 
Aquí, los pormenores de la conversación son actos de sadismo. 
Y el lector, según se le ordena al principio del párrafo,  
se da prisa en imaginar lo que el narrador no dice.
En los dos fragmentos hay ciertas similitudes:
Odiseo es comparado con un león montaraz 
que con ojos ardientes se arroja entre vacas, 
ovejas y ciervas salvajes; y cuyo vientre lo impulsa 
en busca de rebaños aún a costa de tener que
introducirse en recintos cerrados[9].  Facundo
también es comparado primero con un león y luego
con un halcón entre palomas. 
La idea de la presa y el cazador está muy presente en las escenas.  
En los dos casos, las jóvenes son vírgenes de esmerada
educación, atemorizadas por un hombre mayor 
que lleva con él la imagen de lo salvaje. 
El lenguaje del diálogo es tan cuidado que 
podríamos hablar hasta de un exceso de delicadeza 
en la elección de los temas y las palabras. 
Lo que parece imponerse es la idea de una situación 
que debe mantenerse bajo control sin permitirse ningún
exabrupto. Nada puede ser dicho sin reflexión. 
La carga erótica no está en dejarse llevar por el impulso, 
sino en la razón que domina al deseo y lo sujeta. 
No es entonces la realización del deseo lo que produce
el placer sino el dominio que se ejerce sobre aquél. 
Si definimos un arte como erótico porque hace mayor
referencia directa y claramente a aspectos sexuales, 
no tenemos en cuenta que el erotismo se define
más por lo que oculta que por lo que muestra y es mucho
más eficaz cuanto más oscuro.
El erotismo es un arte del control y no del desenfreno. 
Y según los ejemplos que hemos visto, ese control es 
ejercido en el discurso. Son las palabras las que se retienen.
La voz del narrador de Facundo intenta velar para el lector
las intenciones de la ciudad  y quizá el propio deseo 
que instala en el personaje.  Surge una contracción oscura
que produce el efecto contrario: 
el lector sospecha a partir de esos elementos que el plan 
urdido no es inocente.  El intento de controlar el discurso
desencadena el erotismo pues introduce la idea prohibida. 
Y aquí, una aparente contradicción: al tratar de oscurecer,  
aumenta la carga de  sentido.  
Si hay algo que disimular, entonces el lector se dará prisa
en imaginar, según el deseo expresado por la voz que nos
describe a esas mujeres bajo la sombra de los mirtos.
En el caso de Facundo, la situación es perversa y sádica 
pues aparece la idea del sacrificio y el telón de fondo de las
descargas de fusil que pasan inadvertidas a las muchachas 
durante la conversación bajo la enramada.  En el juego 
de seducción, alternan la vida y la muerte de modo dramático. 
Así, los conceptos  erotismo y muerte se vinculan 
estrechamente pues es la muerte subyacente la que produce
la tensión. 
Ambos, erotismo y muerte, son conceptos que se escapan 
y que parecen estar omnipresentes en la obra 
de arte como su parte invisible, como lugar del deseo.  
El discurso artístico se vuelve un cuerpo erótico cuyo poder
de seducción radicaría en la demanda de una interpretación. 
Lo oculto, lo prohibido, lo invisible, lo reprimido representan
la posibilidad de que el lector se vea envuelto y seducido por
las palabras y se aproxime al texto con el deseo 
de descubrir el velo, de transgredir ese discurso, 
ejercer una violencia sobre él para hacerlo hablar.
Foucault[10] nos enseña que el acto más perverso del hombre 
es el de hablar y hacer hablar. 
De este modo, los discursos de la crítica y la teoría se nos
muestran como aquellos más perversos por su voyeurismo que 
se demora amorosamente en torno al objeto y despliega esos 
espacios prohibidos.  El narrador dice: “Daos prisa más bien a
imaginaros lo que no digo...” y el crítico se detiene en ese 
“no digo” y da la voz de alerta.  No “obedece”y habla acerca
de la negación. 
Pone límites al desenfreno de la pasión, evita el fin, ejerce su 
control sobre las sensaciones enfocando el proceso del hacer
artístico.  Y la pasión parecería no enfriarse por esto
sino encenderse.  
Es más, según Denis de Rougemont[11], la pasión solo permanece
encendida en tanto el obstáculo que se levanta frente a su objeto
se mantenga.
La pasión debe ser defendida a través de pretextos que
posterguen  el cumplimiento del deseo,
el encuentro amoroso, el final feliz.  El amor y Occidente nos ayuda
a comprender con mayor claridad por qué el erotismo 
contiene al sadismo.
Hay una condición estética en los objetos que definimos eróticos, 
pues estos deben seducir, conmover nuestros sentidos
para atraernos.  También hay un elemento trágico.  La mayor 
parte de las aventuras sexuales de los pícaros de Petronio 
provocan risa; pero no conmueven por su sentido erótico. 
Conmueve mucho más, como episodio erótico, el de la matrona 
de Éfeso, en el cual la escena sexual está menos descripta: 
allí ronda la muerte. 
Aunque Bataille establece una relación entre el erotismo
y lo cómico, creo, por el contrario, que el grotesco nos aleja
del tema. Los episodios humorísticos sexuales de Petronio o 
de Boccaccio, no son precisamente los más conmovedores
en este sentido. Frente a la risa,  el efecto erótico desaparece, 
pues lo erótico tiene un carácter trágico.  
Si aceptamos la reflexión de Denis de Rougemont de que
la felicidad que se obtiene por la posesión 
del objeto amado es opuesta a la pasión, entonces debemos 
deducir que sólo será digno de pasión aquel objeto inalcanzable
y por lo tanto, en esa utopía, la  risa no tendría lugar.  
Nos dice Hegel de la tragedia, que el héroe se aísla en su
determinación y levanta contra sí la pasión opuesta 
engendrando los conflictos: 
“Lo trágico, originariamente, consiste en que ambas partes
opuestas, tomadas en sí mismas, tienen cada una su derecho.
Pero por otro lado, no pudiendo realizar lo que hay de verdadero 
y positivo en su fin y carácter más que como negación y 
violación de la otra fuerza igualmente justa, pese a su moralidad, 
o más bien en razón de la misma, se encuentran forzadas a caer en 
culpa. [...] aunque constituye el fondo sustancial y verdadero
de la existencia real, 
sólo se legitima y justifica (el conflicto) en tanto que se destruye 
como contradicción.[12] 
Podríamos pensar el erotismo como lugar donde se establece el 
conflicto (en tanto contradicción y lucha) entre la vida y la muerte.
Lo trágico ha sido definido también como categoría metafísica[13] 
que indica desorden, 
fractura, quiebre.  Ese desorden supone un recorrido “perverso”
en sentido etimológico.  
Perversus, a, um  significa inverso, trastocado y viene de perverto  
que significa desordenar, echar por tierra.
La mirada perversa es aquella que mira de
través y no de frente. 
Aquella que anda por lugares oscuros.
La conciencia trágica residiría en el sentimiento de
incomprensión frente al orden cósmico 
que aparece atravesado por eventos irracionales y escandalosos.
 Si la pasión erótica pone en juego la relación entre el amor
y la muerte y la idea de lo inalcanzable, el sentimiento
trágico parecería ser el más conveniente para contenerla. 
Recordemos que entre las leyes de la tragedia, se exigía 
que la catástrofe, el punto culminante de la acción exterior
al personaje, nunca se representara en escena.  
Sin embargo, las descripciones de los sucesos 
sangrientos suscitaban tanto o más horror 
que si hubieran sido representados.  
De los dos momentos: 
tensión y distensión, sólo el primero
puede ser erótico.  La distensión,  la armonía devuelta
por la solución del conflicto, es el final del erotismo.  
Por esta razón, el texto pornográfico que explicita,
deja de ser erótico: no hay posibilidad de instalar
allí deseo alguno pues éste se resuelve antes de comenzar.  
La imagen borrosa es inquietante y genera tensiones, 
no ocurre lo mismo si no se deja al lector (o espectador) 
nada que imaginar.
Si se trata de prolongar y profundizar las tensiones para que
el placer se sostenga, la retórica (que ya es casi un 
anagrama de erótica) tendría la función de
erotizar el lenguaje, obstaculizar, producir misterio, 
evitar el encuentro con la palabra desnuda, 
ejercer el control del discurso para seducir.
En el prólogo a Las relaciones peligrosas[14]
André Malraux define el erotismo del libro:
“Bajo la palabra misterio cabe todo. Para Laclos sólo
pudo significar  la parte del hombre  
incontrolable, que no puede gobernar: su fatalidad. 
Existe en realidad una sombra de 
fatalidad que merodea bajo ese juego de ajedrez Luis XVI,
pese a los esfuerzos de ambos  jugadores para dominarla:
es el erotismo.
Hay erotismo en un libro cuando a los amores físicos que 
presenta se le une la idea de una 
coacción. [...] A todo lo largo de esta célebre apología del placer,
ni una pareja se mete una sola vez en la cama sin una idea
preconcebida en la mente.”[15] 
Y un poco más adelante:
“El personaje más erótico del libro , la marquesa, es también
el más voluntarioso”[16]
Según Malraux, la diferencia entre la novela de Laclos y
las obras eróticas menores que circulaban en ese tiempo
estaría precisamente en que la coacción no está producida por la 
fuerza sino por la sutil persuasión de las mentiras e intrigas.
 Contrariamente a lo que suele pensarse,  el erotismo surge
de la inteligencia, la voluntad, lo que ejerce un control 
de la mente sobre el cuerpo, y no al revés. 
Mario, el maestro de Emmanuel[17], que desarrolla 
toda su teoría acerca del erotismo en el capítulo “La ley”, 
no desmiente esta afirmación.  Cuando Emmanuel define
el erotismo como un culto del placer de los sentidos
liberados de la moral, Mario expresa su contrariedad:
 “_No es un culto, sino una victoria de la razón sobre el mito.
No es un movimiento de los sentidos,  
sino un ejercicio del espíritu. No es el exceso del placer
sino el placer del exceso. No es una licencia sino una regla.
Y es una moral.”[18] 
El erotismo es, para Mario, un progreso de la cultura 
relacionado con el amor por la belleza 
que no pertenece al orden de lo natural: 
es un invento del hombre.  El arte, al igual que 
el erotismo, es antinatural.  Emmanuel se somete a un 
proceso de iniciación para aprender 
a controlar su cuerpo según las enseñanzas de Mario.  
La marquesa de Merteuil explica 
con frialdad, el rigor al que se sometió a sí misma[19] 
para aprender a controlar sus 
sentimientos y sus gestos y  el Kamasutra (que está escrito
en forma de ley) advierte entre otras prohibiciones 
que no se puede gozar de la mujer
que revela secretos o de la  
que expresa públicamente su deseo.           
La conclusión de Mario de que el erotismo es una moral 
resulta un acierto si pensamos 
la moral en tanto ejercicio de la voluntad. La voluntad
en su relación al bien constituye la 
base de las definiciones de la moral, las leyes a las cuales
la voluntad se somete, las reglas 
de la conducta en la vida. La Marquesa de Merteuil 
determina constante y permanentemente 
(en forma de ley) su voluntad  para  adquirir hábitos y
costumbres que le permitan 
controlarse  y sobrevivir en sociedad, lo cual es vivido
por ella como un bien.  
La autodisciplina a la que se somete es tan rígida como
la  que se puede suponer para un convento.  
En  La historia de “O”  de Pauline Réage[20], el castillo
de Roissy funciona de hecho como
una suerte de convento con durísimas reglas disciplinarias
a las cuales los personajes se someten 
por su propia voluntad[21].
La palabra “erotismo” nos ha llevado a girar sobre ella 
con “perversión”, es ella la que 
transmite su poder a las otras palabras como la piedra
imantada del Ión.  No un objeto 
sino la palabra misma. La palabra sometida a la coacción
de una gramática y una retórica.  
Y la palabra, en tanto lenguaje articulado, parece ser el
resultado de un  pecado de soberbia, 
una mordida a una fruta peligrosa. Es una blasfemia
porque separa al hombre del resto de los seres, 
lo iguala a los dioses asegurándole el conocimiento del bien
y del mal.   Odiseo y Facundo 
nos enseñan que el erotismo está ante todo en el control
que se ejerce sobre el discurso, y el 
discurso no se detiene, recupera por un breve instante
algunos fragmentos y los pone a dialogar 
 entre sí. Luego las astillas vuelven a dispersarse.
 Si la palabra  y el saber acerca de nuestra propia muerte
son los aspectos que nos separan del r
esto de la naturaleza, podríamos pensar el erotismo 
como una  moral del lenguaje, una voluntad dirigida 
hacia el placer por la belleza en tanto modo consciente
de apartarnos de la muerte.  
Una palabra que se controla y se desenvuelve para
apartarnos del final.
Para que hayamos podido conocer la belleza, hemos
tenido que ser conscientes de su fugacidad, 
saber que ella no nos pertenece para siempre. 
La conciencia del instante que huye nos  fascina,  
deseamos  aquello que muere;  el saber que moriremos
nos lleva a la búsqueda de la belleza con la 
ansiedad de quien se sabe finito. Así, el erotismo se
impone como un ejercicio de la voluntad 
para prolongar el placer que nos causa la belleza.
Prolongar el placer es ir  en contra de la muerte.  
Lo inacabado de las obras de arte, aquel elemento
que permite la interpretación, que atrae 
sobre sí el discurso de la crítica, es su defensa contra
la muerte. De allí que lo definamos como erótico. 
Mientras lo pornográfico se esfuerza por eliminar
las elipsis, se apresura en llegar a la muerte; 
lo erótico es una fuerza contraria hacia la vida.  
La presencia de la muerte en lo erótico 
es contradictoria pues está allí en tanto algo que se
debe evitar. Sin embargo, sin ella, 
lo erótico sería imposible. Tampoco habría belleza.
  Ambos conceptos se imbrican y se suponen 
de una manera extraña: la existencia de uno depende
del otro aunque el esfuerzo sea por oponerse.
Octave se equivoca si cree que va a poder poseer
finalmente a Roberta. La Roberta que se le escapa,
aquella por la cual padece, es el sujeto que sostiene
la palabra, el sujeto detrás de 
las diversas enunciaciones.  Lo que Octave quiere
poseer no es una mujer, es la palabra del otro. 
Al igual que el lector.  Y si pudieran poseerla, 
entonces ya no la desearían.  Roberta, al igual que 
el texto artístico, deben su vida a lo inacabado.   
.

María Victoria Atencia

         Imagen de Enfero Carulo. Modelo, Clara


Muchacha

Llevas un vaso lleno de transparencias
entre inquietas manos y escurridizos dedos.

Puedes cantar el cielo, el amor, las estrellas:
todo nacerá nuevo de tus labios hermosos.

Descubrirás en sueños la vida que te acosa
tan dulcemente mansa y le sonreirás.

Despertarás el día menos pensado entre
un mayo y un setiembre y moverá el asombro
el filo de tu enagua.
Revolverás entonces de un desconcierto grande
el mundo que te llena; una luz saltará,
en caños, por tus ojos.
Y seguirá la fuente el curso de tu cuello
mientras pájaros haya en vuelo por tus venas
y palabras diciendo del amor en tu boca.



Poemas de Idea Vilariño, Lisboa rumbo al otoño

Decir no...

Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.


El fuego

Sin él
aquí
sin él.
Su fuego susurrando.



Escribo, pienso, leo...

Escribo
pienso
leo
traduzco veinte páginas
oigo el informativo
escribo
escribo
leo.
Dónde estás
dónde estás.



No te amaba...
No te amaba
no te amo
bien sé que no
que no
que es la hora
es la luz
la tarde de verano.
Lo sé
pero te amo
ahora te amo
hoy
esta tarde te amo
como te amé otras tardes
desesperadamente
con ciego amor
con ira
con tristísima ciencia
más allá de deseos
o ilusiones
o esperas
y esperando no obstante
esperándote
viendo
que venías
por fin
que llegabas
de paso.



Quiénes son quiénes son...

Alma, Azul, Poema, Numen

Quiénes son quiénes son
metidos en mi vida
imponiendo ternura
espectros como yo
momentáneos y vanos
iguales a las hojas que pudre cada otoño
y no dejan memoria.
Quiénes son quiénes son.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando
por qué no
amando sin pavor
sin conjugarse nunca
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Quiénes son quiénes son.
Qué camada de muertos para el suelo que pisan
qué tierra entre la tierra mañana
y hoy en mí
qué fantasmas de tierra obligando mi amor.

Imágenes de Enfero Carulo