Canícula
Me hundo en mi nadir
y mansamente, miro
tus lances meridianos:
nenúfares, mensajes
de confines opuestos,
soles desconsolados,
martirios y miradas.
Me habita la nostalgia,
la merma de mohines;
la mueca que no huye,
se mece en el olvido.
Te miro y vuelvo a amarte
aunque no ha amanecido,
aunque el manto del orbe
de nuevo nace mudo.
Enfero CaruloEl nombre se diluye
El nombre hecho jirones por la identidad huye
dentro del hombre preso fatigado de sombras,
diluïdo, transido, transcurrido de noches.
Ya no encuentra el reflejo, ya no escucha sus voces
gritando por el agua que remota acompaña,
ya no ciñe el corpiño con que apretar los senos
-esas esferas suaves hechas de fieltro y raso
con sus pezones chicos reclamando saliva-.
El nombre se ha apartado de cristales dolido,
tiembla con sus recuerdos (son sus grandes tesoros)
el hombre se hace carne congelada de sueños
-ya no le mira el vientre a ese cuerpo vacío
del que muerde la espalda con el húmedo espasmo
de quien vierte su vida sin que le importe dónde-.
Enfero Carulo
Celda en la prisión del campo de concentración, casi siempre reservada a prisioneros políticos
La luz
La que todas las cosas me hace ver
(aunque a veces me ciega), fulgurante
siempre, esa luz no digo. Me refiero
a la que alumbra en la palabra,
la que se haya encendida dentro de ella,
la que anuncia tan suave que he seguido
el camino que lleva a lo que soy;
la luz medida, gálibo de mí.
Luz de luz que ilumina mis insomnios
tremendos y transforma en esta arena
que esparzo en mí las horas más oscuras.
Siempre callada, siempre oculta, salta
en mi mente, cual chispa, en soledad.
Esta luz es culpable de que gaste folios
de agua, papeles para nada, mudos
e ignorados -¿me alumbra sólo a mí?-.
Prende mis versos con mi propio acento
en balde. Pero no me quejo, no.
Sin ella, la lucerna en que consisto,
este fanal que me define, yo,
-que no soy más que lo que escribo aquí-
sería aún más nada. Y no tendría
nada ningún sentido. O casi nada.
A ella me aferro con las pocas fuerzas
que un suspiro me da y, de forma tenue,
me permite decir lo que no digo.
Existe, sé que existe, allí en mi voz,
vestida de palabra; aquí, conmigo.
Sólo por eso aquí me escribo. Solo.
Carlos de Tejada

Hornos o crematorios donde murieron miles de torturados


La morgue dentro de la clínica. En ella se realizaron experimentos médicos con reclusos vivos

Imagen de los retretes colectivos donde podían acudir 300 personas en tan solo 20 minutos



Como el que en agua escribe,
con la tinta que soy
y usando versos que otros derramaron,
mis amapolas grises te describo
inventando palabras tan azules
que nadie -mas que tú en el folio en blanco
que fuiste- entiende. O no.
Y es que el papel vacío me permite
decir lo que mis manos, en ti, no te supieron.
La golondrina
Observo tanto el vuelo raso y lento
y el fugaz picoteo en aguas calmas
que desdibuja, en leves turbulencias
acompasadas, el reflejo incierto
de una realidad inexistente,
que triste me pregunto si estaré
haciendo yo lo mismo en poesía
para calmar la sed que sufro y soy
o lo que hago no es más que oscurecer
con palabras la imagen alagada
de lo que yo consisto. No lo sé.
Carlos de Tejada
La copla erraba
Deja pasar la luz de la mañana
ante mí, silenciosa, y sólo mírame
en esta oscuridad que he derramado.
Traigo conmigo el gesto de la noche
en mi rostro. No leas lo que escriben
mis manos. No me pienses; no me sientas.
Permite que las sombras desdibujen
mi cara envenenada por la música
que la brisa salobre, entre sus brazos,
suave acunaba. El viento asolanado
ha agrietado los labios que te lloran
en palabras azules obligando
que una gota de sangre gris resbale
y caiga en el papel en donde escribo.
No leas lo que allí encontré y que aquí
te cuento tan cansado y sin sentido.
Lee en mis ojos trémulos la luz
antigua que la noche que ahora soy
trajo encendida iluminando voces
sin retener mis lágrimas, que irán
al mar, que es el vivir (la copla erraba).
Carlos de Tejada
Te explico
Si es fácil de entender.
Hubo un tiempo que anduve
bebiendo de las aguas
de un mar envenenado.
Pero el mar se secó
-lo secaron tus manos-.
Y hoy, un miedo tremendo
me abruma y me desuela.
Hoy te canto mi llanto
contando los silencios
de estos versos que soy.
De allí los traigo, ardientes
por el sol de mi invierno
que, lento, se me apaga.
Me quedé sin mi mar;
sin sol me estoy quedando,
sin aliento, sin fuerzas
para apartar la niebla
que oculta lo que lees,
que no es más que el vestido
con el que abrigo voces
que ya no tengo y tuve.
Desnuda las palabras
que te estoy dando y mírate,
desnuda, ante el espejo
que soy y que tú estás siendo,
que allí estaré observándote,
como siempre, tan ciego,
tan azulmente ciego.
Carlos de Tejada